La trascendencia ecológica que ha tenido y tiene la trashumancia tradicional de las razas de ganado autóctono en España, caminando entre los valles y las montañas dos veces cada año por las cañadas, cordeles y veredas, nunca ha sido valorada suficientemente, a pesar de su extraordinaria importancia histórica, cultural y social, así como para garantizar un desarrollo rural sostenible y conservar nuestros valiosos ecosistemas.
Entre finales de abril y mediados de mayo suele iniciarse la sequía estival en el sur de España. Granan entonces las semillas del pastizal y se produce la resiembra de las plantas anuales, garantizando así su mantenimiento con una diversidad extraordinaria, de las más altas conocidas en el mundo, pues puede superar las cuarenta especies distintas por cada metro cuadrado de terreno. También en esta época comienzan a crecer, protegidos por el pasto, los renuevos de encinas y alcornoques, tanto de brotes de raíz como de las bellotas que germinaron en noviembre y diciembre, pero cuya parte aérea no empieza a desarrollarse hasta mediada la primavera. Para la mayoría de las especies faunísticas, los meses de mayo y de junio constituyen igualmente una época crucial para culminar sus procesos reproductivos, tanto para los invertebrados, arañas, hormigas, mariposas, escarabajos, saltamontes, ... como para los pequeños y grandes vertebrados. Se afanan por completar su metamorfosis las larvas de sapos y ranas, tritones y salamandras, en una dramática carrera contra el tiempo para terminar su desarrollo antes de que el ganado se beba o el calor evapore en pocos días el agua de charcas y arroyos. Lagartijas, lagartos y culebras cazan entre la vegetación, progresivamente más seca, donde también buscan cobertura las crías de conejos y liebres. Las aves están en plena reproducción, con muchas especies anidando entre la hierba, como alondras, cogujadas y calandrias, codornices, perdices, sisones, avutardas y aguiluchos cenizos.
Es fácil deducir la inmensa importancia que para la gran mayoría de estas especies representa la trashumancia. Hasta el Siglo XIX, unos cinco millones de cabezas de ganado marchaban cada año hacia las montañas desde mayo hasta noviembre, principalmente ovejas pero también cabras, vacas, yeguas, cerdos… y hasta pavos a las rastrojeras tras el descubrimiento de América. Durante cinco o seis meses al año las dehesas del sur quedaban prácticamente desiertas, permitiendo a la fauna y flora silvestres reproducirse y prosperar sin la presión de ganados, perros y pastores, en una superficie de dos a tres millones de hectáreas de Extremadura, Castilla - La Mancha y Andalucía.
Las franjas de las cañadas, que rompen casi imperceptiblemente la monotonía de los campos de cultivo, o serpentean a través de bosques y espesuras de matorral, están constituidas por un césped denso con gran variedad de hierbas y plantas, y con matorrales, arbustos y arbolillos más o menos dispersos: tomillos y retamas, majuelos, zarzales, rosales silvestres y carrascas, juncos y helechos en las vaguadas y majanos donde brotan cardos, dedaleras y ortigas entre las piedras. Son los setos que describía poéticamente Alejandro Casona: “ de Extremadura a León, los setos y los espinos peinan al paso la lana de los rebaños merinos ”. Ese “peinado” de las matas arranca precisamente las semillas que luego son transportadas a gran distancia por las ovejas, prendidas en su vellón, y otras muchas son dispersadas análogamente por sus pezuñas, o en su estiércol tras haber sido semidigeridas, aumentando con ello su capacidad de germinación. Semillas de nuestros tréboles llegaron así incluso hasta Australia, trasladadas por las ovejas merinas exportadas a aquellos territorios en el Siglo XIX, tras el expolio anglofrancés de nuestras mejores cabañas durante las guerras napoleónicas, y constituyen allí ahora un valioso recurso forrajero.
La mayor dificultad para conservar actualmente la trashumancia es convencer a nuestros políticos y técnicos de que los pastores existen, de que son personas con derechos como cualquier ciudadano, y que el pastoreo es un trabajo necesario y digno que precisa de las vías pecuarias para el manejo tradicional del ganado. Muchas inversiones públicas en carreteras, autovías, ferrocarriles, embalses, caminos rurales, concentraciones parcelarias, regadíos y plantaciones forestales se siguen realizando a costa de destruir el patrimonio inalienable, imprescriptible e inembargable de los pastores trashumantes, conculcando flagrantemente la Ley 3/95, de 23 de marzo, que proteje las vías pecuarias para uso prioritario de la ganadería. En palabras de un ganadero trashumante: “ todos los que vienen aquí de fuera se hacen ricos en poco tiempo sin trabajar, pero los pastores de aquí , que tanto trabajamos, no tenemos ni para vivir en nuestra tierra.”